Urqutaquiña

Urqutaquiña

Algunas consideraciones acerca de entrada folklórica, cerveza y modernidad boliviana

Tobias Reu, antropólogo, New York University

Este texto es una contribución individual que queda en plena responsibilidad del autor y de ninguna manera representa posiciones, apreciaciones u opiniones institucionalmente sancionadas por la Asociación de Fraternidades Folklóricas «Virgen de Urqupiña».

Texto publicado en la revista mensual Atar a la Rata: Literatura y afines. Año 2, Número 13. Cochabamba, agosto 2005.

Es un domingo en abril o en mayo, en el templo San Ildefonso de Quillacollo, a mediodía. Mientras el cura lee la misa, el templo se llena de señoras vestidas en vistosas versiones de lo que se conoce como el traje de la chola paceña, mayoritariamente en colores uniformes y ricamente adornados, y de señores luciendo ternos finos, sombreros coloridos y corbatas. Un conjunto folklórico de residentes paceños en la región –no importa mucho su nombre, porque un escenario muy similar se desarrolla durante varios domingos en esas temporadas– celebra su aniversario, el inicio del ciclo anual de sus actividades, el primer ensayo para su actuación en la Fastuosa Entrada de la Virgen de Urqupiña, y el posesionamiento de sus nuevos directivos/pasantes/organizadores. Están también presentes los directivos de la Asociación de Fraternidades Folklóricas “Virgen de Urqupiña” de Quillacollo como invitados de honor y con el oficio de posesionar a los flamantes organizadores de la fraternidad.(1)

Aniversario Fraternidad Unión Fanáticos
Organizadores de una fraternidad de residentes paceños en su aniversario, en el atrio del Templo San Ildefonso. Aquí Morenada Juventud Unión Fanáticos del Folklore, abril 2004.

Al acabarse la misa, la colorida afluencia de unas 150 personas sale a la Plaza donde ya están dos de las grandes bandas de Bolivia, digamos la Real Poopo y la Central Cocanis, en pos de hacer tronar sus poderosos cuerpos sonoros. Después de unas cuantas fotos y rondas de mutuas felicitaciones en el atrio del templo, la afluencia toma formación delante y detrás de las bandas para moverse al cadencioso compás de la Morenada tres veces alrededor de la Plaza y, acto cumplido, estacionarse en ella. Las bandas siguen tocando, y llegan las cajas de cerveza, no justamente una por una, sino en pilas de cinco y diez.

Queda entendido que el suministro de una buena cantidad de cerveza es una de las más respetadas obligaciones de los organizadores/pasantes, otros contribuyen con sus propias cajas, y todo el monto entra a la circulación a través de un complejo juego de distribución e invitación: Primero, cajas enteras cambian al dominio de personas específicamente merecidas quienes, luego, proceden a la distribución de botellas individuales o al despacho de su contenido espumante, color dorado. La cerveza, en otras palabras, no solamente es consumida, sino antes adquirida y distribuida, y los caminos a través de los cuales circula el liquido siguen las estructuras jerárquicas que existen dentro de la concurrencia y marcan aquellas simbólicamente. El flujo de cerveza a través de esa jerarquía, junto a la presencia de bandas poderosas y otros elementos que forman parte de las obligaciones de un pasante/organizador, constituye las personas que están ejerciendo ese oficio como tales.

Unas horas después, la concurrencia prácticamente en su totalidad entre gravemente chispeada y seriamente borracha se encamina en movilidades a la ciudad de Cochabamba donde, en una especie de entrada folklórica ad hoc, la fraternidad se traslada bailando a través de calles ribeteadas por cientos de espectadores a su local de ensayos. Vuelven las pilas de cajas de cerveza y su compleja distribución, esta vez acompañada por un plato de comida. La dirigencia de la Asociación de Fraternidades, aunque por su parte también ya bien servida de cerveza, empieza a preocuparse por la solemnidad y seriedad del acto de posesionamiento. No obstante, el acto se lleva a cabo, acompañado por el jolgorio de una concurrencia que a penas se entera de la trascendencia de los acontecimientos. El grupo de organizadores y pasantes, preguntado si jura por Dios y la Virgen cumplir y hacer cumplir los estatutos y determinaciones de la Asociación de Fraternidades, responde con un balbuceante: “¡Sí”.

Un par de días después, al evaluar los acontecimientos, la directiva de la Asociación de Fraternidades se muestra molesta por la falta de seriedad que marcaba el acto solemne y determina ya no tomar juramentos si no es en las mismas oficinas de la Asociación, ante la imagen de la Virgen, y de directivos de fraternidades completamente sobrios. Según lo formula un alto funcionario de la Asociación, dicha entidad quiere ser una institución moderna y efectiva que desempeñe un trabajo serio y profesional y no se puede dar el lujo de proyectar esa imagen de borrachera y exceso alcohólico hacia afuera. En la próxima reunión de bases, se censura públicamente a la fraternidad en cuestión, y se exige a todas las aproximadamente 50 otras fraternidades de portarse apropiadamente en sus respectivos eventos.

Como no puede pasar desapercibido para ninguna persona que sigue la cobertura mediática de las entradas folklóricas de Bolivia, una de las grandes preocupaciones que marcan el discurso público que las acompaña está relacionada al consumo de bebidas alcohólicas. Para Urqupiña 2004, la Iglesia entabló una campaña mediática con el fin de dar a entender que considera a la sobriedad como la postura apropiada para acercarse al acto devocional y, por lo tanto, a la Entrada Folklórica que inicia las festividades. La crítica estereotipada a las grandes entradas que hacen los medios de comunicación sugiere una conexión entre la abundancia de propaganda de las cervecerías nacionales en los recorridos de dichos eventos y el supuesto espíritu fundamentalmente comercial y mercantilista de las asociaciones de conjuntos folklóricos respectivas. La supuesta borrachera excesiva de bailarines y espectadores — junto con los retrasos y los “baches” en el desenvolvimiento de las entradas — proporcionan, generalmente, los primeros argumentos para calificar una entrada como “caótica”.(2)

Afiche en contra del consumo alcohólico en la Fiesta
Este afiche identifica el alcohol, la violencia, y la actividad sexual descontralada como los males principales de la fiesta. Para la fiesta del 2004, auspiciado por entidades públicas y eclesiásticas de salud y trabajo social.

Aún siendo un tema algo marginal a las grandes corrientes dentro de la ciencia social, durante las últimas décadas la antropología académica ha empezado a reconocer el papel que puede jugar el consumo de bebidas alcohólicas, y los asuntos relacionados a ello, dentro de lo que, según nuestras predilecciones teoréticas y filosóficas, llamaríamos “la construcción de sociedad”, “la objetivación de relaciones sociales”, “la semiótica de la organización social” o algo por el estilo. O, con algo menos de pretensión intelectualista, lo que simplemente podemos analizar como las funciones sociales de producción, distribución y consumo de bebidas alcohólicas.

La célebre antropóloga inglesa Mary Douglas dio un significativo impulso a este tema con una excelente recopilación de ensayos con el sugestivo título “Constructive Drinking” (“el beber constructivo”).(3) Para el ámbito andino, una igualmente excelente colección de artículos titulada Borrachera y Memoria contrarresta la apreciación médica que sugiere que el alcohol, por definición, es un poderoso arma contra la facultad retentiva del cerebro humano y explora las dimensiones en las que las culturas locales hacen uso de la bebida alcohólica para construir un mundo significativo, para interactuar con antepasados y deidades, y para convertir el espacio en un lugar inhabitable. Y, en una voluminosa monografía, Thomas Abercrombie describe la ch’alla — la libación ritual con bebidas alcohólicas — como uno de los dispositivos mnemotécnicos e historiográficos predilectos de la cultura andina desde tiempos incaicos hasta la actualidad.(4)

La bebida alcohólica en el contexto de las entradas folklóricas es algo más que sólo una molestia. Lo que no implica que no lo sea. Al contrario, es tanto una experiencia mía cuanto un sentimiento compartido entre muchos de los bailarines entre los que me muevo como etnógrafo de entradas folklóricas, que, llegando a un nivel determinado de alcoholización, sobre todo en las graderías, muchas de las interacciones que se dan a lo largo del recorrido tienden a volverse estereotipadas y poco festivas, transgresoras de normas de convivencia respetuosa y, ocasionalmente, culminan en el simple y llano acoso sexual. Sin embargo, y al mismo tiempo, la bebida alcohólica tiene su lugar integral dentro de la producción del evento folklórico así como en la construcción de sentido y de sociedad que se da a través de él.

Entre las bebidas alcohólicas, la cerveza ocupa un lugar específico. Son las cervecerías, al menos hasta ahora, las auspiciadoras más importantes de las asociaciones de conjuntos folklóricos que organizan las tres fiestas centrales del calendario folklórico-religioso del país — el Carnaval de Oruro, la Fiesta del Gran Poder en La Paz y la Fiesta de la Virgen de Urqupiña en Quillacollo — y, a la vez, los mayores objetos de crítica de parte de quienes quisieran purificar las fiestas de sus aspectos alcohólicos. La cerveza es el combustible de las grandes bandas del escenario folklórico boliviano y un elemento importante en las relaciones laborales entre éstas y los conjuntos de bailarines. Y es la cerveza, junto al Whisky y en contraste con bebidas alternativas como la chicha o los preparados baratos estilo Cuba Libre o Pampeño, la que sirve como objeto de valor privilegiado para el consumo conspicuo de quienes usan el escenario folklórico para ostentar y producirse como personas económicamente potentes.

Por lo tanto, vale explorar algunas de las dimensiones en las cuales la cerveza constituye un elemento de comunicación, intercambio y significación a través del cual la sociedad boliviana — al menos en cuanto se manifiesta en el ámbito de las entradas folklóricas — se construye como un ensamble social con estructuras de poder y distribución de capital económico y social. Sugiero que dentro de este campo de comunicación cervecera, lo que está en juego son tanto relaciones y jerarquías sociales como nociones de modernidad. “Modernidad”, en este caso, no entendida como un concepto filosófico-académico, ni como un estado objetivo de este mundo o partes de él, sino como un valor cultural con distribución social que se caracteriza, en primer lugar, por ser el polo opuesto de lo antimoderno o lo “indio”.(5) “Moderno”, en este sentido, no es idéntico con “blanco” u “occidental”. Muy bien puede abarcar elementos y prácticas que identificaríamos como algo “cholas” o “populares”. “Modernidad”, en este sentido, más bien sería una calidad, una forma de capital social y cultural en el sentido de Bourdieu(6), a través de la cual individuos, y tal vez también instituciones, buscan asegurar su lugar dentro de las estructuras sociales, políticas y económicas. En términos concretos, esta “modernidad” se manifestaría en ciertas prácticas, normas y actitudes.

Como concepto cultural, “lo moderno” obviamente no tiene que estar compartido unidimensionalmente por toda la sociedad, ni tiene que estar completa y coherentemente definido. Al contrario, puede haber nociones fragmentarias, divergentes y hasta contradictorias. “Lo moderno”, como concepto cultural, emerge de procesos semióticos en los cuales, algo circularmente, cada instancia de una persona “moderna” rinde testimonio de las características, actitudes y prácticas a través de las cuales se reconoce a dicha persona como tal. Son los mismos procesos y situaciones que identifican a una persona como “moderna” y, a la vez, definen cuales son las actitudes y prácticas que se consideran apropiadas para una persona de tal característica.(7)

Escenarios altamente públicos, las entradas folklóricas y las actividades preparatorias y festivas que las circundan constituyen espacios privilegiados tanto para la puesta en escena del tipo de calidades individuales referenciadas arriba, como para el desarrollo de los procesos semióticos de los cuales aquellas forman parte. Quiero sugerir que algunas de las prácticas de auto-presentación regularmente empleadas en estos escenarios están estrechamente vinculadas a aquel líquido espumante, producto industrial de cebada.

Faltando unas semanas para la Fiesta de Urqupiña, la Asociación de Fraternidades organizadora de su parte folklórica suele emprender negociaciones con la cervecería Taquiña, su auspiciador oficial más importante, acerca de los términos del auspicio. La relación entre la Asociación y Taquiña en su actual forma está vigente hace unos pocos años y es resultado de un particularmente astuto esfuerzo de negociación que hizo, en su tiempo, el directorio de la Asociación –según relata otro alto funcionario de dicha entidad que estuvo involucrado en las negociaciones iniciales. El auspicio negociado, en su parte económicamente relevante, suele consistir, hoy por hoy, en unas cuantas miles de cajas de cerveza a cambio de puestos de venta para la cervecería, el derecho de revestir el recorrido con propaganda y exclusividad de consumo del producto de la empresa en todos los acontecimientos de la Asociación y sus fraternidades afiliadas.(8)

Lata de Cerveza en el recorrido
Sobredimensional Lata de cerveza al margen del recorrido de la Fastuosa Entrada del 2005

Hechos los contratos, la cerveza llega en camiones y en uno de los actos logísticamente más complejos del anual ciclo de actividades institucionales, las fraternidades afiliadas a la Asociación recogen las decenas de cajas que les corresponden, no sin dejar las garantías necesarias para el envase que no es parte del auspicio, para luego venderlas a restaurantes u otros interesados, consumirlas en una de sus fiestas o destinar parte de ellas para el consumo de fraternos y músicos en el mismo recorrido folklórico.

Está claro que desde el punto de vista de la cervecería el auspicio es más una transacción económica o una inversión para la ampliación de su mercado que una especie de mecenazgo desinteresado. Pero, una vez en manos de la Asociación de Fraternidades, la cerveza entra a un campo de intercambio y significación más complejo:

Al inicio del ciclo organizativo de la Fiesta de Urqupiña, en febrero o marzo de cada año, la Asociación suele financiarse de modestos remanentes de gestiones anteriores y, sobre todo, de las cuotas de inscripción con que cada fraternidad contribuye. Al concluirse la fase caliente de la gestión con la festividad de Urqupiña, la Asociación entrega, en especie (cerveza), valores considerablemente mayores al inicial costo de inscripción a sus fraternidades, no sin antes haber hecho un cálculo de deudas, méritos, fallas y multas que hace variar el monto inicialmente uniforme que corresponde a cada fraternidad.

Vale enfatizar dos puntos: Por un lado, la entrega de la cerveza, en comparación a otras opciones como la conversión de la cantidad total y el desembolso en efectivo o el pedirle a la cervecería un auspicio monetario aún de valor total disminuido, constituye en sí mismo un ritual de transferencia de objetos literalmente palpables para toda la gente relacionada a la Asociación. Por otro lado, la cantidad de cerveza negociada por el directorio para las fraternidades — como frecuentemente se menciona en las asambleas de la institución — no solamente es uno de los logros mayores de una gestión, sino también, y en virtud de esto, una manifiesta puesta en escena de la eficacia y propiedad de un determinado directorio.

Es mi impresión que una de las características de organizaciones sociales bolivianas consiste en que tienden a concebir su estructura interna en términos cuasi patronales o clientelares. Si no están lideradas directamente por un caudillo, como parece ser el caso en algunos de los partidos políticos, constituyen una mesa directiva que entra con sus bases a una especie de relación de antagonismo estructural. Antagonismo porque, otra vez según mi parecer, las mesas directivas tienden a buscar, más que el consentimiento por convicción acerca de ciertos temas de interés común, la lealtad de sus bases a través de mecanismos de coerción y premiación, situación que pone en permanente juego cuestiones de legitimidad de un determinado liderazgo.

Sea lo susodicho una tendencia general de organizaciones sociales bolivianas o no, la adquisición del auspicio cervecero y su consecuente transferencia a las fraternidades marca simbólicamente la relación asimétrica entre directorio y bases de la Asociación. Tal como los organizadores de la morenada mencionada arriba, el directorio de la Asociación se constituye a través de la entrega de cerveza como la cabeza legítima de la institución. Y es a base de la totalidad de sus logros, entre los cuales la transferencia de cerveza juega un rol destacado, que el directorio reclama el reconocimiento y la lealtad de sus bases.

La cerveza del auspicio, imponentes torres de cajas a la hora de la entrega, constituye, en primer plano, un valor económico que las fraternidades emplean para mitigar el costo de su funcionamiento, de sus bandas o de las fiestas que celebran al acabarse el acto folklórico. En segundo plano, la cerveza, al menos cuando se la consume en cantidades suficientes, suele causar embriaguez, y es en virtud a esta característica suya que entra a una segunda esfera de significación.

Desde las grandes fiestas patronales en las antiguas haciendas hasta el actuar del célebre cervecero-vuelto-político don Max Fernández, el intercambio de bebidas alcohólicas por lealtad representa, sin lugar a duda, uno de los viejos mecanismos de relacionamiento clientelar en la sociedad hispanoamericana poscolonial. Pero más allá de simplemente reproducir aquello, más allá de simplemente consumar relaciones clientelares en una borrachera indulgente, el caso concreto apunta a algo más.

Paradójico o no, en las relevantes reuniones institucionales las instrucciones de cómo y cuándo recibir las cajas de cerveza muy bien pueden venir inmediatamente seguidas, aunque no lógicamente relacionadas, por categóricas interdicciones al consumo de bebidas alcohólicas en el recorrido o en cualquier acto organizado por la Asociación, al menos no en cantidades suficientes para empañar la imagen y los valores que dicha institución intenta proyectar.(9) Esta imagen, como ya he mencionado arriba parafraseando las palabras de un directivo de rango, es una imagen de seriedad y profesionalidad que, además, desempeña su actuar en el espíritu de profunda Fe y solemnidad.

Afiche Taquiña
Acrobacia simbólica: Esta simpática «cholita» de Caporal se da el gusto sin ch’allar ni una gota. Afiche Taquiña S.A. 2004, modelo y traje Caporales San Simón

A pesar de que en ámbitos no protestantes el consumo alcohólico sea elevado en todos los estratos de la sociedad boliviana, la borrachera tiene una connotación simbólica racial. Al menos en la teoría de sociedad que se maneja entre las poblaciones urbanas del país, la embriaguez se tiende a asociar de una forma particular con las prácticas y experiencias culturales de la sociedad indígena andina. En el mundo folklórico, esta perspectiva se manifiesta, por ejemplo, en las frecuentes alusiones al consumo alcohólico que hacen los temas de tonadas, huayños y otros ritmos que se caracterizan por la referencia directa que hacen al mundo campesino (“Señora Chichera véndame chichita…”, “El día lunes me había chupado…”, etc.), en las coreografías de los ballets de las fraternidades de Tinkus que suelen comenzar con una representación de una borrachera indígena (para luego proceder a la pelea), y en que el P’ujllay — la danza más “autóctona” que se representa en la Entrada Folklórica de Quillacollo, aún no propiamente por personas autóctonas de su lugar de origen — “se considera un ritmo de consumo fuerte”, como lo expresa un funcionario de la Asociación al destacar a una fraternidad de este ritmo cuyos integrantes habían acabado la entrada folklórica en un estado de relativa sobriedad.

La relación percibida entre borrachera y “lo andino” cultural también se manifiesta en la fama que tienen “los paceños” — entiéndase, como categoría social genérica, como las clases populares de esa ciudad que tienen un trasfondo cultural indígena — de “farrear hasta caerse” en sus fiestas particulares y eventos folklóricos. Dentro de la Asociación de Fraternidades, con su bipartición de fraternidades “paceñas” — compuestas mayoritariamente por comerciantes, transportistas y otros residentes de las ciudades altiplánicas en Cochabamba y Quillacollo — y fraternidades con un arraigo más fuerte en el departamento mismo — compuestas en gran parte por estudiantes universitarios –, también tienen esa fama, y es a partir de esta que la interdicción del consumo alcohólico en las actividades institucionales cobra una importancia específica.

En la práctica de la Asociación, la prohibición alcohólica, lejos de inhibir todo consumo de bebidas de esa clase, apunta a la borrachera “excesiva” que, en primera instancia, se suele constatar en el actuar de las fraternidades paceñas quienes son, por su parte, los componentes más andinos, populares o indígenas que abarca la Asociación. Es, por lo tanto, una borrachera “andina” por asociación, y los problemas que se tienen con ella son de dos formas. Por un lado, se opina que la embriaguez conduce al desorden y a la desorganización, por el otro se ve como contrarrestando la solemnidad y propiedad del acto de devoción a la Virgen que motiva la manifestación folklórica.

Es, entonces, la interdicción del consumo alcohólico un intento de presentarse colectivamente como una institución organizada, ordenada y compuesta por buenos y respetuosos católicos, o, en otras palabras, un intento de extirpar el desborde etílico que se concibe como propio de la experiencia festiva andina, y que se pone en escena en aquellas manifestaciones folklóricas que aluden directa y explícitamente a aquella experiencia (véase arriba). Y es en esa prohibición alcohólica — frágil como sea en la práctica de su imposición — que se tiende el contraste entre lo andino y un concepto de modernidad que se caracteriza por la represión de la borrachera y sus males concomitantes: el desorden y el atropello a los preceptos de la Fe católica.

En la fiesta de la fraternidad relatada al principio de este ensayo, se maneja, por supuesto, un sentido de modernidad algo diferente. Ahí es el poderío económico manifestado en la distribución de cerveza la que, a tiempo de constituir a los pasantes/organizadores como cabeza legítima de su grupo folklórico, les destaca como específicamente bien relacionados partícipes del mundo moderno de los negocios. La misma relación se manifiesta en la distribución del auspicio de cerveza por parte de un directorio institucional destacado por su capacidad negociadora en la medida en la que logra aumentos cuantitativos en las torres de cerveza entregadas.

Es más. Si bien sus “excesos alcohólicos” son tema constante de crítica y censura, en círculos folkloristas se comenta frecuentemente y con máximo respeto lo que se percibe como la extraordinaria predisposición de los “paceños” de exponer su poder económico en la Entrada Folklórica, manifiesto, por ejemplo, en que “no se contentan con chicha, pura cerveza toman, y por cajas”. Y es así — en toda la ambigüedad moral que circunda aquella bebida — que la cerveza, lejos de ser solamente el estupefaciente que Iglesia y medios de comunicación critican por entorpecer el acto folklórico-religioso de la Entrada de Urqupiña y privarla de su sentido espiritual, constituye un objeto de circulación, consumo, y discurso que se encuentra en el centro de complejos procesos semióticos relevantes para la constitución de poder y jerarquía, raza/etnicidad, y modernidad en Bolivia.


(1) El caso aquí referido es el de una de aquellas fraternidades que dentro de la Asociación de conjuntos se suelen clasificar como “paceñas”. En comparación a la gran mayoría de las fraternidades afiliadas a la Asociación de Quillacollo, muchas de ellas decididamente estudiantiles, esas fraternidades se distinguen – entre otras cosas – por su elevado poder económico, y consecuentemente también por la fastuosidad de sus festividades. Para una discusión del por qué el tipo de acontecimiento “fiesta de fraternidad de paceños”, a pesar de sus características específicas, es sin embargo significativo para el movimiento folklorista en su totalidad, véase abajo.

(2) Al otro lado, la Entrada Universitaria La Paz 2004 fue alabado por no recurrir a propaganda cervecera para su financiamiento, y la Entrada de la Virgen de Guadalupe en Sucre porque hasta la fecha funciona bajo ley seca. Otro tema para críticas extensas de esos eventos – tanto en Quillacollo como en Sucre y Potosí – son las pugnas por los recorridos correctos, situación que da para otro ensayo.

(3) Douglas, Mary (ed.). 1987. Constructive Drinking. Perspectives on Drink from Anthropology. Cambridge: Cambridge University Press.

(4) Saignes, Thierry. (ed.). 1993. Borrachera y memoria. La experiencia de lo sagrado en los Andes. La Paz: Hisbol, IFEA. Abercrombie, Thomas. 1998. Pathways of Memory and Power : Ethnography and History Among an Andean People: University of Wisconsin Press.

(5) Uno de los pioneros de la antropología en cuanto al estudio de conceptos locales de modernidad es Daniel Miller, véase por ejemplo: Miller, Daniel. 1994. Modernity: An Ethnographic Approach. Dualism and Mass Consumption in Trinidad. Oxford: Berg Publishers.

(6) Véase, por ejemplo, Bourdieu, Pierre. 2000: “Las formas del capital. Capital económico, capital cultural y capital social”, en: Bourdieu, Pierre. Poder, derecho y clases sociales. Bilbao: Desclée de Browuer, pp. 131-164.

(7) Sin el ánimo de perderme en una discusión sobre semiótica: Estoy aquí partiendo de una teoría algo afín, por ejemplo, con la del recién fallecido Jacques Derrida en cuya filosofía el sentido reside en la repetición o citación de instancias anteriores, siempre abriendo la posibilidad a su desplazamiento. En términos menos ambiciosos y para mis fines en realidad poco complejos: Si hoy en día se reconoce al “jailón”, digamos, en su consumo de whisky costoso, muy bien puede ser que mañana, por moda u otras circunstancias, la ginebra cumpla esa función. La relación semiótica entre “jailón” y bebida queda sujeta a potenciales modificaciones, las cuales se dan a base de, por un lado, práctica y citación, y, por el otro, evidencia.

(8) Queda entendido que el municipio de Quillacollo se reserva el control sobre puestos de venta y propaganda en el espacio público, de tal manera que la Asociación, más propiamente, se compromete a conseguir esos derechos para su auspiciador del municipio. No me incumbe divulgar detalles de contratos o negociaciones.

(9) Estatutos de la Asociación, Art. 64: “Queda terminantemente prohibido que personas o directivos de fraternidades, se presenten en estado de ebriedad, en las presentaciones programadas por la Asociación; de comprobarse el mismo, la fraternidad a la que corresponda será sancionada.”